lunes, 25 de abril de 2016

martes, 19 de abril de 2016

IV CENTENARIO DE LA MUERTE DE MIGUEL DE CERVANTES



El 1 de enero de 2016 comenzó el año Cervantes, dedicado, en el cuarto centenario de su muerte, al más célebre escritor en lengua española de todos los tiempos.
El 22 de abril de 1616, a la edad de sesenta y ocho años, murió en Madrid Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), efeméride que se recordará en todo el mundo, y especialmente en el ámbito hispanohablante, con distintas actividades institucionales y editoriales. 

Se cumplen cuatro siglos de la muerte de Cervantes. Los actos consagrados al escritor  se multiplican esta semana por todo el mundo: exposiciones, conciertos montajes teatrales, danza, cine… y un sinfín de actividades divulgativas y de fomento de la lectura.
Fue hijo de un sangrador en Alcalá de Henares, soldado  en Lepanto, cautivo en Argel, comisario de abastos en Sevilla, novelista y siempre poeta.



Queremos desde aquí  ofrecer nuestro pequeño homenaje al escritor, haciendo hincapié en nuestro lema de este curso “¡Música, Maestro!”,  interrelacionando “El Quijote y la música”
En el terreno de la composición musical, comprobamos que no sólo existen óperas sobre Don Quijote, sino también, aparte de alguna zarzuela, un buen número de obras sinfónicas, música de cámara y música vocal. El número de canciones es notable, como lo es también la música incidental para escena y, a lo largo del siglo XX, las múltiples partituras escritas para el cine, o las series televisivas.










Las grandes coreografías quijotescas se encuadran, básicamente, en el ballet  romántico.





Él era amigo de introducir escenas musicales en los géneros y las obras que lo requerían por tradición, como las comedias o las novelas pastoriles.
En la segunda parte del Quijote se hacen innumerables menciones a la música y a los instrumentos musicales de la época. Chirimías, trompetas, clarines, tambores y atabales aparecen varias veces en la obra, siempre como instrumentos tocados al aire libre cumpliendo un papel heráldico como símbolos de poder y majestad, que los hacía propios de lo ceremonial y militar.