Este año nuestro invitado de honor será el escritor asturiano Miguel Rojo. Su obra abarca todos los géneros: narrativa, cuentos, poesía ... :
“LOS CAMINOS DEL SEÑOR”
En la casa de mis abuelos de Zarracín, como en toda buena
casa asturiana que se preciara, había en la sala una gran arca de castaño
tallado; en su interior, sin embargo, y a diferencia de lo que solía ocurrir en
otras casas, no se guardaba ropa de cama, sino libros. Una montonera de libros
revueltos y sin orden que casi llenaba la totalidad del mueble.
Al oscurecer, y después de todo un día de duro trabajo en el
campo, mis abuelos, tíos y primos regresaban a casa. Era el momento mágico en
el que, tras asearse, todos iban al arca para rebuscar el libro que estaban
leyendo en esos momentos. Desperdigados por los distintos cuartos, se
enfrascaban en sus lecturas hasta la hora de la cena. Al acabar ésta, no era
raro que surgieran interesantes temas de debate sobre las bondades o carencias
de ciertos libros, pues cada uno tenía sus gustos y preferencias. Mi abuelo,
por ejemplo, defendía que la poesía, y muy especialmente Donde habite el
olvido de Cernuda (aunque sin desmerecer al mejor Lorca o Antonio Machado),
era la reina de las artes literarias por lo que suponía de “hondura
elementalidad” (realmente él lo decía en asturiano: “bien fonda elementalidá”).
Mi tío Marcelín –tratante para más señas-, sin embargo, opinaba que “sólo la
novela yera quien a carretar tolos rexistros que forman la complexa ya
enguedeyada personalidá humana”, poniendo como ejemplo las novelas de Pío
Baroja –Don Pío, decía él con respeto.
Aquella tertulia literaria en la cocina, a la escasa luz de
una bombilla cagada por las moscas y con el enternecedor rumor de las vacas que
rumiaban en “la corte”, podía prolongarse durante horas. Pocas veces asistía yo
hasta el final. A pesar de mis protestas, mi abuela acababa por llevarme a la
cama. Para aplacar mi rabieta, me leía todas las noches del libro que para ella
representaba la cumbre de la literatura: “El Quijote”. Siempre el mismo
capítulo, el octavo, quizás porque creía que era el más adecuado a mi corta
edad, “Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y
jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de
felice recordación”.
Mi padre era cabo de la guardia civil en el pueblo de Puente
de los Fierros. A pesar de lo que alguno pudiera pensar malévolamente, dada su
profesión, era un hombre culto y amante de las letras. En la “Sala de Armas”,
justo al lado de la hilera de mosquetones, había creado con sus propios libros
una biblioteca. Por alguna razón que nunca llegué entender, renegaba de la
literatura patria y sus preferencias iban dirigidas fundamentalmente a las
letras francesas, de las que decía que “habían sabido calar en las bajas
pasiones sin perder por ello un ápice de la belleza poética del lenguaje”. Los
Flaubert, Zola, Céline, Proust y muy especialmente los “existencialistas” –mi
padre afirmaba que en su lectura hallaba una justificación a su labor
represora- con El Extranjero de Camus a la cabeza, eran moneda corriente
de intercambio en aquel cuartel situado a los pies del Puertu Payares.
Al final de la jornada, mi padre y algunos guardias se
reunían en la “Sala de Armas”, ya más bien “Sala de Lectura”, y comentaban sus
impresiones -no exentas de la “virilidad en la exposición” que se supone- sobre
sus lecturas. Yo asistía regularmente a esos encuentros y me dejaba aconsejar
por las sabias opiniones de aquellos guardias que después de multar, socorrer,
apagar incendios o detener a algún subversivo… tenían en la lectura su pasión
secreta.
No sé si estos hubieran sido los caminos esperados para que
yo llegara a amar la literatura como la amo… Porque lo que sí es que fueron
justo los contrarios: haberme criado entre buena gente trabajadora que no leía
un libro de ficción ni por asomo, y que no le encontraban mejor utilidad a los
libros que no fueran de estudiar, que servir de calce a una mesa coja.
Y, sin embargo, aquí estoy: enfermo de literatura… ¡Ay, los
inescrutables caminos del Señor!
Sus cuentos tienen version tanto en castellano como en asturiano:
Miguel Rojo reúne 32 de su cuentos, publicados periódicamente en los diarios El Comercio y La Voz de Avilés, en un volumen titulado 'El amor suicida'
'De qué
estará hecha la luna' Pintar-Pintar (2008) )-, Berto está empeñado en saber de
qué está hecha la luna, si se encontrará helada como los coarámbanos de navidad
o caliente como los besos de mamá. Con la ayuda de sus amiguitos tiene una
estupenda idea para llegar a la luna y descifrar así el misterio
'El viaje de
Tin y Ton' Pintar-Pintar (2008)-, Tin y Ton son dos pulguitas que viven en la
espalda del perro Troski, muy cerca del rabo de donde no paran de salir
pedorretas y malos olores. Así que un día deciden cambiar de vida y acercarse a
la cabeza del perro desde donde, según cuentan, se ven las mejores puestas de
sol. Pero el viaje está lleno de peligros y sólo después de muchos líos y
peleas logran alcanzar su objetivo. Y es que, como ellas dicen, siempre merece
la pena luchar por los sueños.
Raitán el
petirrojo, Everest 2003 : Petirrojo
cae en manos de unos niños, que lo meten en una jaula. El pobre animal está tan angustiado, que ni siquiera abre los ojos para así no ver los barrotes, pues
necesita libertad. En su angustia y recogimiento, recuerda su vida, hasta
llegar a su nacimiento, su salida del huevo.
El dinosaurio,
el príncipe, la niña y su mamá 2010 En
este álbum saltan por los aires todos
los convencionalismos y estereotipos de los cuentos infantiles: la niña
no quiere ser princesa, la niña no se asusta de nada, la madre está cansada y
no tiene tiempo para atenderla…Tampoco las geniales ilustraciones de Cabrero
son para nada las convencionales. Acuarelas cargadas de ironía y color,
personajes deformados, expresionistas y llenos de detalles. Es su primer libro
infantil pero texto e ilustración se integran perfectamente.
EL CUATRU
Cuandu yera nenu ya inda tenía alas
nos güeyos colos qu´escapar
al escribir los númberos dictaos pol
señor mayestru
pedía-y a Dios qu´apaeciera un
cuatru
p´asina sentame a descansar seique
una migayina
de tan trabayosu trabayu.
Por esu quiero al cuatru.
Por esu na sienda fatigosa de toupar
estos versos
de dar l.línea recta al caóticu
marañu
d’ ideas ya sentimientos escribo
algún cuatru
de vez en vez
de ralu en ralu
pa sentame a descansar comu cuandu
yera pequenu
comu agora: ¡_
/
EL CUATRO
Cuando era niño y aún tenía alas
en los ojos para escaparme
al escribir los números dictados por
el señor maestro
le rogaba a Dios que apareciera un
cuatro
para así poder sentarme a descansar
de tan trabajoso trabajo.
Por eso quiero al cuatro.
Por eso en la dura senda de
encontrar estos versos
de dar línea recta a la caótica
madeja
de ideas y sentimientos escribo
algún cuatro
de vez en vez
de poco en poco
para sentarme a descansar como
cuando era pequeño
como ahora: ¡_
/
PRÓXIMAMENTE OS DAREMOS EL RESULTADO DEL FALLO DEL JURADO SOBRE LOS PREMIOS.